En el Evangelio descubrimos una esperanza, la de la vida eterna. De este modo, la Biblia indica que hay algo más allá de la vida terrenal, que el amor de Dios no se limita a nuestra existencia aquí abajo. Como escribe el autor de la Carta a los Hebreos, "buscamos una patria", y es "una patria mejor" a la que aspiramos, que es "celestial" y no terrenal. Así, a través de la vida de Jesús, especialmente a través de su resurrección, Dios nos invita a una vida más allá de la vida.

Por eso, interesarse por el destino del planeta puede parecer secundario: ¿no es ridículo querer proteger un medio ambiente, todo temporal, a toda costa? Uno podría incluso preguntarse si dedicar grandes esfuerzos a proteger el planeta no sería un signo de falta de esperanza en esta vida de eternidad... una falta de respeto por tu trabajo creativo. 

La vida eterna y el destino del planeta

Algunos, sin ningún sentido en sus vidas, empiezan a no cuidarse más y tienen actitudes autodestructivas; lo mismo podría decirse de una humanidad desorientada que ya no tendría respeto por este entorno.

Así, tener confianza en esta vida eterna se convierte más bien en una llamada a salvaguardar la creación de Dios ahora. Si Dios nos considera dignos de ser acogidos con Él para siempre, esto indica sin duda que también nuestra vida aquí abajo recibe un valor inestimable, y con ella toda la creación en constante renovación, la que "ahora todavía gime con dolores de parto" (Rm 8, 22). La creación continua y la salvación eterna son un mismo movimiento, el de Dios que no cesa de manifestar su amor a toda la humanidad.

Por tanto, creer en la vida eterna no puede ser contradictorio con la preocupación por el medio ambiente. Esperar el más allá prometido por Dios implica respetar el más acá ya dado por Él. Es Él quien llena todo el universo: "El Señor, tu Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra" (Jos 2,11). 

Nuestra presencia en este mundo tiene un significado y la esperanza de la vida eterna sólo hace que ese significado sea aún más profundo. El Evangelio nos llama al amor al prójimo, al espíritu de asombro, que son todas las razones para cuidar el mundo creado: mi comportamiento también tiene consecuencias para mis hermanos en humanidad y para las generaciones futuras.

Ahora, la creación de Dios quiere vivir, hoy y siempre. Como dijo Albert Schweitzer: "Soy la vida que quiere vivir, rodeada de la vida que quiere vivir" (Civilización y ética, 1976). La vida de la eternidad es una promesa que nos mantiene despiertos, una responsabilidad para hoy.

El ser humano en la cima de la creación

Los dos primeros capítulos del Génesis relatan la creación del universo (si aún no lo ha hecho, le invito a leerlos). Dios creó el universo y todo lo que hay en él: las estrellas, los elementos, la vida en la Tierra. 

La forma literaria del relato del Génesis no presenta la creación en orden cronológico, sino por categorías: primero, los escenarios (luz/noche; mar/cielo; tierra/vegetación); después, lo que puebla esos escenarios (estrellas, animales y aves marinos, animales terrestres). 

La responsabilidad del hombre ante la creación

Leemos en el versículo 28 que Dios pidió al hombre y a la mujer que fecundaran y llenaran la tierra. No cabe duda de que se respetó este mandato. Obsérvese también que este mandato de fructificar se dio a los animales acuáticos y a las aves:

Y los bendijo con estas palabras: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad las aguas de los mares, y multiplíquense también las aves sobre la tierra (Génesis 1, versículo 22).

Esta misión de fecundidad es la misma para humanos y animales, y viene con la bendición de Dios, que cuida de toda su creación.

Sin embargo, en el caso de los humanos, va más allá porque están investidos de autoridad sobre los animales de la tierra. Dios quiere que los humanos tomen el control de la tierra y la dominen. 

Las palabras "dominar" y "convertirse en amos" pueden malinterpretarse y llevar a justificar la explotación desproporcionada de los recursos naturales y la destrucción de la naturaleza. Sin embargo, si nos situamos en la perspectiva del hombre creado a imagen de Dios, que es amor, comprendemos que la autoridad en cuestión está marcada por el amor.